domingo, 22 de febrero de 2009

"Obama" por Héctor Aguilar Camín.

Milenio, 19-02-08.

“Poder hipnótico” es una expresión trillada, pero describe en este caso una novedad absoluta: la irrupción del carisma en el corazón, más bien rutinario y mercadológico, de la política americana.

Pero el poder hipnótico del discurso de Obama no es inocente, puede incubar algunos de los males mayores del liderazgo político: la manipulación, la megalomanía, el culto a la personalidad.

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“Poder hipnótico” (mesmeric power) es lo que ejerce a su paso el senador por Illinois, Barak Obama. La expresión es de Charles Krauthammer en su artículo “La audacia de vender esperanza” (Washington Post, 15/02/08).

“Poder hipnótico” es una expresión trillada, pero describe en este caso una novedad absoluta: la irrupción del carisma en el corazón, más bien rutinario y mercadológico, de la política americana.

La de Obama no es una candidatura política más, es una ola de entusiasmo y una profesión de fe como no se ha visto en mucho tiempo en la Unión Americana. La elocuencia carismática de Obama produce adhesión y fervor.

Obama, dice Krauthammer, ha redescubierto cuán rentable es vender lo que es gratis. Embotellar agua, por ejemplo. O vender el nombre de las cosas, como hace Google al ofrecer a anunciantes de zapatos un espacio publicitario en la página que se abre cuando alguien busca la palabra “zapatos” en Google.

Obama vende nada menos que esperanza, un bien tan universal como la salvación, que venden las iglesias. Los compradores de esperanza se suben a la causa de Obama en trances renovados de fe... por la política.

Obama hace delirar a sus oyentes y sus oyentes lo hacen delirar a él. Muerde la manzana envenenada de su poder hipnótico, y llega a decir cosas como:

“Nosotros somos los que estábamos esperando. Somos el cambio que buscamos”. “Podemos rehacer este mundo para que sea como debe ser”. “Podemos ser un himno que cure a esta nación, que arregle este mundo y haga esta época distinta a todas las otras”.

Lo admirable de estos mantras megalómanos es que brotan de un discurso que no tiene rastro de rencor, ni enemigos designados. Es una retórica del sueño y de la construcción, no de la guerra. Un cuento de hadas, como dijo William Clinton en un juicio que se volvió inmediatamente contra él. Un canto a la esperanza y a la comunión.

Pero el poder hipnótico del discurso de Obama no es inocente, puede incubar algunos de los males mayores del liderazgo político: la manipulación, la megalomanía, el culto a la personalidad.

No me gustan los políticos demasiado carismáticos porque su carisma los pone por encima de la gente. No me gustan los líderes que avanzan sembrando sueños y delirios en sus seguidores, así sean los sueños deseables y los delirios plácidos de Obama.

No obstante, creo que si pudiera votar en la elección americana, votaría por Obama, lo cual muestra, creo, en mi propia persona, los peligros que digo.

Héctor Aguilar Camín.
acamin@milenio.com

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