lunes, 26 de enero de 2009

Irán y el peso de vivir bajo la revolución islámica a 30 años de la caída del último Sha.

EM., Int., 26-01-09.

El próximo 11 de febrero se cumplen tres décadas del regreso del ayatolá Jomeini, hecho que marcó el ascenso del islamismo al poder y el paso de una monarquía secular a una teocracia.

GASPAR RAMÍREZ.

Una historia crucial cumple 30 años. Una historia de intereses mundiales, intrigas, poder, excesos y fanatismo. Una historia de auge y caída, sangre y muerte. Una historia que aún no termina.

El 16 de enero de 1979, el último Sha, Mohammad Reza Pahlevi dejó su trono y partió a Egipto. Días después, el poder religioso se consolidaría. El 11 de febrero, el líder espiritual chiita regresaba a su tierra: el ayatolá Ruhollah Jomeini estaba de vuelta, y las cosas nunca volverían a ser lo que fueron. En días, Irán pasó de una férrea monarquía laica, pero que usó el dinero del petróleo para industrializar y modernizar el país, a un Estado islámico donde el Corán era, literalmente, ley divina.

Pero la historia comenzó antes, en 1953, con el derrocamiento de Mohammad Mosaddeq y la instalación de la monarquía. Según registros históricos, el golpe y el posterior gobierno fueron dirigidos por EE.UU. (ver recuadro). Los partidos políticos fueron disueltos, y la Savak, la policía política, arrestaba y atemorizaba a quien considerara sospechoso. La monarquía era secular, pero cercana al clero, apoyo indispensable en un país donde el islamismo pesa.

Contrastes sociales.

"Sólo tengo buenos recuerdos de la época del Sha, pero es porque mi familia era de clase alta, con influencia y poder", cuenta un iraní residente en Chile, que por seguridad pide anonimato. Fue una época de excesos, dice. "Los ricos tenían influencia y el Sha era el máximo poder. Las ciudades eran lindas y modernas, pero el campo no tenía recursos y era muy pobre. El Sha quería mostrar a Irán como un país del primer mundo".

Así, en 1963 el gobierno lanzó la llamada "revolución blanca", con aspectos polémicos en una sociedad islámica tradicional como la redistribución de las tierras y la liberación de la mujer, incluidos el derecho a voto y a la educación, que formaron una generación de mujeres profesionales e intelectuales, incomparable con la de otros países musulmanes y que tuvo un retroceso con la imposición del islamismo. La película animada "Persépolis" refleja parte de este dilema.

Jomeini, muy crítico y activo en esa época, alentó protestas que le valieron el exilio al año siguiente.

El precio del petróleo -la principal exportación iraní- se quintuplicó entre 1972 y 1977. Con las arcas rebosantes, el Sha se lanzó a industrializar el país. Se fijó una meta: en 25 años Irán sería la quinta potencia mundial.

Pero la riqueza fue contraproducente. El boom petrolero creó industrias y la pobreza descendió, pero parte de la población quería que el proceso fuera más rápido y que las riquezas llegaran más rápido. Además las modas occidentales hastiaron a los conservadores religiosos. La revuelta se olía a kilómetros, pero ni el Sha ni su gran aliado, Washington, la vieron venir.

"El 31 de diciembre de 1977, en un brindis por el Sha en una rutilante cena oficial, el Presidente Jimmy Carter calificó a la monarquía iraní como 'una isla de estabilidad en un mar de confusión', una opinión que había sido confirmada y reiterada por los espías y analistas de la CIA durante los quince años previos. Aquella era la misma frase que empleaba el Sha para referirse a sí mismo", relata el periodista Tim Weiner en su libro "Legado de cenizas. La historia de la CIA".

En enero de 1978, un artículo de prensa que criticaba a Jomeini incendió Irán. El fuego comenzó en la ciudad de Qom, para luego hacer arder el país. La Savak hizo lo suyo: cientos de muertos y desaparecidos.

A fines de 1978, el Sha promete reformas políticas, pero ya era tarde. Hasta aquel 16 de enero de 1979. "El pueblo pensaba y esperaba que la revolución trajera libertad y democracia a Irán. El pueblo no quería un dictador. Yo también creí que las cosas podían mejorar. Pero mucha gente cercana al Sha tuvo que ir al exilio, fueron presos o, peor, murieron", cuenta el iraní avecindado en Chile.

Al inicio, todos los grupos revolucionarios compartieron el triunfo. Había nacionalistas, comunistas, entre otros, pero luego los islamistas, con Jomeini a la cabeza, acapararon el poder. Después vino la guerra con Irak, la toma de rehenes en la embajada de EE.UU. El Sha murió en 1980 y Jomeini en 1989, pero la supremacía religiosa se siente con fuerza en el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad, y sus efectos los vive la sociedad, donde son frecuentes las lapidaciones y la prensa sufre duras restricciones.

Episodio único.

"Los iraníes son más libres que al comienzo de la revolución en cuanto a escuchar música, ver películas, etc. Pero el grado de libertad política, que creció mucho durante los primeros años de la presidencia de Mohammad Jatami (1997-2005), se ha ido perdiendo bajo el gobierno de Ahmadinejad", dijo Shaul Bakhash, profesor de estudios persas de la Universidad George Mason.

Por varias razones, el episodio fue único. "La novedad de esta revolución era ideológica. Casi todos los fenómenos considerados revolucionarios hasta esa fecha habían seguido la tradición, la ideología y, en líneas generales, el vocabulario de las revoluciones occidentales desde 1789 (...) La revolución iraní fue la primera realizada y ganada bajo la bandera del fundamentalismo religioso y la primera que reemplazó el antiguo régimen por una teocracia populista cuyo programa significaba una vuelta al siglo VII d.C.", escribió el historiador Eric Hobsbawm en su "Historia del siglo XX".

Quizás una definición global de Irán y su historia la entrega el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro "El Sha o la desmesura del poder". "Durante los días de la revolución, los manifestantes que marchaban por las calles de Teherán entonaban un canto lleno de expresividad y patetismo, Alá Akbar, en el que varias veces se repetía el estribillo: 'Irán, Irán, Irán/ es sangre, es muerte, es rebelión'. Aunque trágica, ésta parece ser la definición más acertada de lo que es Irán. Desde hace siglos y sin interrupciones claras".

"La caída del Sha de Irán en 1979 fue con mucho la revolución más importante de los años setenta y pasará a la historia como una de las grandes revoluciones sociales del siglo XX". ERIC HOBSBAWM, historiador británico en su libro "Historia del siglo XX".

Estados Unidos, "el gran Satán".

La aversión que existe en Irán hacia Estados Unidos se explica en gran parte por la injerencia que ese país tuvo durante el período del Sha. En 1951, el secular Mohammad Mosaddeq fue elegido Primer Ministro, y en marzo de ese año decretó la nacionalización del petróleo, hasta entonces en manos de la petrolera inglesa Anglo-Iranian. Según reportes conocidos años después, esto llevó a la intervención de los estadounidenses y Gran Bretaña que, mediante la CIA, organizaron la caída de Mosaddeq en 1953, y el regreso del Sha Mohammad Reza Pahlevi, el segundo y último de su dinastía.

El Sha se convirtió en el mayor aliado de EE.UU. en la región, y sus detractores, principalmente islamistas contrarios a las reformas que emprendió, no le perdonaron su cercanía con Washington y sus costumbres tan opuestas a las suyas. Con su caída, en 1979, Estados Unidos perdió a su socio. Los ayatolas calificaron a EE.UU. de "el gran Satán", enemigo de la religión islámica.

El odio aumentaría en 1980, cuando la Irak de Saddam Hussein declaró la guerra a Irán, también -según informes de inteligencia- azuzado por Estados Unidos, con la esperanza de que arrollaran a los islamistas de Jomeini. El conflicto duró ocho años y la religión siguió en el poder.
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La orden de la fe.
Joaquín Fermandois
EM., Tribuna, martes 10 de febrero de 2009.

Hace 30 años recibíamos las noticias estremecedoras sobre la rebelión masiva que llevó al poder al Ayatollah Khomeini en Irán y produjo la llamada "revolución islámica". Parece una fuerza arrolladora que, aunque no ha dominado del todo, ni muchos menos, sí ha transformado su cultura política, y ha dado nuevas ínfulas al espíritu de conversión, que era tradicional en dos de las religiones monoteístas, el cristianismo y el islam. Su expansión en nuestra época en Asia Oriental y, sobre todo, en África negra es todo un fenómeno cultural y estratégico, preñado de grandes consecuencias.

Hasta comienzos de 1978, el sistema construido por el Sha, emperador de Irán (Persia), parecía inconmovible. Con petróleo, un ejército modernísimo y leal hasta el fin, con voluntad hegemónica en la región y con devaneos de grandeza, parecía tener los ases en la mano. Introdujo una modernización a la fuerza en las costumbres, muy parecida a la de Atatürk en Turquía en 1923, o similar a la de Nasser en Egipto a partir de 1952. El Sha era también un personaje de las revistas del corazón.

¿Qué falló? Se ha dicho con insistencia que su imperio fue una hechura de Estados Unidos, un implante artificial. Críticos y partidarios de Estados Unidos sobrevaloran la capacidad de Washington para organizar países y gobiernos.

El Sha falló en su "fórmula política", aquel intangible que hace que un proyecto político logre vincular el deseo de cambio y las tradiciones vivas de un país. Todo sistema perdurable es una combinación de ambos. En la modernidad, un monarca absoluto como el Sha siempre es un simple dictador, con lo perecible de las dictaduras. En el siglo XX sólo cupo una notable excepción, el gran Hussein de Jordania, fallecido en 1999. El Sha no pudo integrar de manera significativa la tradición chiita en un sistema con visos de legitimidad.

Se ha dicho que la revolución de Khomeini es la última de las grandes revoluciones modernas, y argumentos no faltan. La técnica de movilización de masas, la ilusión de rebelión popular; el monarca como encarnación de todos los males. E incluso, como buena revolución, también devoró a sus hijos (liberales y marxistas). Es también la primera revolución de un nuevo tipo, que junto con expresar un nacionalismo herido o que se victimiza como tal, no consiste en una revolución social ni económica en sentido estricto. Es la primera revolución proclamada y vivida en nombre de una religión tradicional, con todo el reguero de sangre que implica el desmadre de las pasiones religiosas. Quienes creían que la religión iba a ocupar un puesto marginal con el avance de la modernidad, sorprendidos han debido comprender esta realidad.

¿Es un sistema perdurable? La primera teocracia moderna, y una de las pocas de toda la historia humana, no es inmune a la engañosa combinación de fe y poder. La clase clerical (mullás y ayatollas) se convierte en "clase política", y luego en establish-ment. Algo de esto, con las tensiones subsecuentes, se trasluce en el Irán actual. Aunque lo parece, no es del todo una dictadura totalitaria; existen algunos elementos de democracia política junto a la asfixia de una parte de la población.

Puede ser que este nacionalismo religioso encuentre su programa en un temerario salto hacia delante, como en el desafío nuclear y la amenaza de borrar a Israel. Quizás viva un largo proceso de reconciliación entre fe y mundo secular, abriendo camino en el largo plazo a algo parecido a una democracia moderna. La revolución no fue algo que se deje definir como "antimoderna", o como reliquia del pasado sin más. Fue también una de las posibilidades de la modernidad, si bien restringida al círculo cultural del islam.

Obama, fe y ciencia.

EM., Cartas al director, 26-01-09.

Fe de Obama.

Señor Director:

He oído con gran interés y enorme satisfacción el discurso inaugural del Presidente Barack Obama. Su discurso nos muestra un hombre de fe, valiente y que pide ayuda a Dios por su futuro gobierno.

Como sociólogo he estado observando las tendencias culturales en nuestro país y en el exterior durante los últimos cincuenta años. Desde mi posición, he sido testigo del proceso de secularización, retiro de Dios, que han vivido sociedades modernas, en particular las europeas. El discurso de Obama nos muestra que, a diferencia de Europa, es posible no dejar fuera a Dios del desarrollo, de la modernidad. Es el Presidente de la nación más poderosa del mundo quien confía y solicita la ayuda de Dios para la gran tarea que asume. Su juramento lo hace en presencia de representantes de distintas creencias religiosas, lo cual no sólo nos habla de la diversidad, sino que además nos habla de un Dios que no excluye, de un Dios que es padre para todos, ante el cual un hijo de Él, Barack Obama, ofrece sus servicios y a quienes se debe, su pueblo.

P. RENATO POBLETE BARTH S.J.
Centro Bellarmino.

EM., Cartas al director, 26-01-09.

El lugar de la ciencia.

Señor Director:

Mucho tenemos que aprender sobre el lugar que debe ocupar la ciencia. "El Mercurio", en su edición del viernes, lo recalca en las palabras de Barack Obama. No sólo se trata de problemas de presupuesto, sino de la promoción de la libertad de investigación y también de escuchar a los científicos, "en especial cuando dicen cosas inconvenientes". Obama, además de prometer la duplicación de los fondos para la ciencia básica en la próxima década, ha dado el gran signo de nombrar a científicos destacados en cargos fundamentales para resolver problemas cruciales, tanto para su país como para el resto del mundo: energía, administración del océano y atmósfera, y ciencia y tecnología. Esos científicos constituirán su grupo de asesores cercanos para la toma de las grandes decisiones.

Aquellos que pretenden hacerse cargo del próximo gobierno deberán tener presentes estos lineamientos y trabajar no sólo con los científicos, sino con todos los actores de nuestro desarrollo cultural, para avanzar en la solución de los problemas que aquejan a la sociedad chilena.

DR. JORGE BABUL C.Presidente del Consejo de Sociedades Científicas de Chile.

Obama planea endurecer las reglas para sistema financiero de EE.UU.

EM., Int., 26-01-09.

El Presidente enviará esta semana su plan de estímulo por US$ 850 mil millones a la Cámara de Representantes, cuyas ideas matrices son mayor supervisión y lucha contra los conflictos de intereses.

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Los republicanos criticaron ayer el plan de estímulo económico del Mandatario, y afirmaron que lo rechazarán si no se le hacen cambios significativos.

El Presidente estadounidense, Barack Obama, quiere reforzar la regulación del sistema financiero, instaurando reglas de control más estrictas para los fondos especulativos, las agencias calificadoras de riesgo y los corredores de créditos hipotecarios, entre otros grupos.

Citando a funcionarios del gobierno, el diario The New York Times informó ayer que el nuevo Ejecutivo está preocupado de crear un nuevo marco para controlar los instrumentos financieros que ayudaron a causar la crisis mundial, y que en la actualidad cuentan con muy poca supervisión estatal.

Uno de los principales objetivos de la administración es eliminar los conflictos de interés en el seno de las agencias calificadoras de riesgo, pues éstas reciben financiamiento de las mismas compañías a las que luego deben evaluar.

Dichas agencias fueron cuestionadas durante la crisis financiera por haber subestimado los riesgos de los productos financieros, y demorarse en observar el deterioro del mercado en sus análisis.

Nuevas normas.

Según The New York Times, el gobierno propondría además nuevas normas para los corredores de créditos hipotecarios y pedir que la SEC, el regulador bursátil estadounidense, esté más implicado en la supervisión de dichos créditos. Esto lo realizaría a través de regulaciones de las propias agencias federales o de nuevas leyes.

En tanto, el principal asesor económico de Obama, Larry Summers, salió ayer a defender el plan de estímulo para la economía propuesto por el Mandatario y que contempla un desembolso de US$ 825 mil millones.

En una entrevista con la cadena NBC, Summers indicó que Obama tiene la intención de alcanzar un equilibrio entre las objeciones de los republicanos y la inclinación de algunos demócratas, que desean un paquete con mayor gasto federal.

El plan de estímulo económico es criticado por legisladores opositores, al considerar que proyecta una desmedida intervención del gobierno en la economía, indicó la agencia AP.

El líder republicano en la Cámara de Representantes, John Boehner, indicó ayer que su partido votará contra el plan de estímulo por US$ 825 mil millones anunciado por Barack Obama, a menos que haya cambios significativos.

La postura fue respaldada por el senador John McCain, quien pidió rebaja de impuestos permanente y un compromiso de que no habrá nuevos gravámenes para las personas.

Obama: sus relaciones con el mundo.

EM., Int., 26-01-09.

Si el nuevo Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha hecho explotar una bomba de optimismo entre los norteamericanos, en el resto del mundo también se confía en que, bajo su liderazgo, Washington mejorará las relaciones con la mayoría de los países, incluidos los estados considerados "parias" por el gobierno anterior. Respondiendo a este ánimo de buena voluntad, incluso de quienes no votaron por él, Obama dedicó su segundo día de trabajo en la Casa Blanca a los problemas internacionales. Su primera jornada estuvo copada por los temas internos.

La primera señal del cambio concreto en política exterior la dio Obama, un Presidente que se precia de ser muy tecnológico, con el anuncio en la página web de la Casa Blanca de los principios de su política internacional. Ahí se dice que el gobierno "emprenderá una diplomacia directa, dura, sin condiciones, con todas las naciones, amigas y enemigas. Se tomará toda la preparación necesaria, pero con ello mostrará que Estados Unidos está dispuesto a negociar y liderar".

Dicho eso, su primera instrucción fue el cierre de la cárcel de Guantánamo, medida cargada de gran simbolismo: sepultaba la política de la administración precedente sobre la guerra contra el terrorismo y recuperaba lo que en su discurso de inauguración había dicho en relación con que Estados Unidos no podía dejar de lado sus principios por garantizar la seguridad de sus ciudadanos. En este asunto, sin embargo, la realidad lo hizo incumplir su promesa de clausurarla durante los primeros cien días, y en cambio se dio un plazo de un año para resolver el problema de qué hacer con los detenidos, todos sospechosos de ser terroristas activos. Por ahora, los juicios están suspendidos, y se explora la posibilidad de que países aliados reciban a los reclusos, algo que Bush nunca consiguió.

Una de las definiciones más esperadas sin duda se refería al conflicto en el Medio Oriente. Desde que estalló la violencia, el 1 de enero, muchas voces insistieron en que Obama se pronunciara. Declinó hacerlo, amparándose en que la política exterior sólo tenía un vocero, el Presidente en ejercicio. Parecía que tras esa postura estuvo una hábil maniobra para dejar en manos de Bush esa compleja crisis, y no comprometerse con pronunciamientos que después podían complicarlo.

Precisamente, el día en que Hillary Clinton fue confirmada por el Congreso como secretaria de Estado, el miércoles, Obama llamó a Mahmoud Abbas y le aseguró su más firme compromiso con el proceso de paz, y al día siguiente nombró a George Mitchell como su enviado especial a la región. Difícil tarea, pero se la encarga a alguien que ya tiene experiencia en la zona -consiguió un congelamiento de las colonias israelíes y el repliegue militar en Cisjordania- y que logró un gran éxito en la resolución del largo conflicto en Irlanda del Norte. Ahora, tendrá que llevar a todas las partes a la mesa de negociaciones para cumplir lo que Obama planteó como una de sus metas, una solución duradera, con un Estado palestino que viva en paz con su vecino Israel.

El nombramiento de Mitchell confirma que Obama tiene una visión positiva de la diplomacia de la era de Bill Clinton, y que la nueva secretaria de Estado va a usar todos sus contactos de esa administración para buscar resolver las crisis internacionales. Al de Mitchell se suma el nombramiento de Richard Holbrooke como enviado especial a Afganistán e Irak, dos países clave en la política exterior del nuevo Presidente, quien siempre sostuvo que Estados Unidos debe retirarse de Irak y concentrarse en el país de los talibanes. Esta será otra prueba de su visión estratégica; por lo pronto, ya ha debido replantearse el plazo del repliegue militar que esperaba fuera antes de dieciséis meses.

Los postergados vínculos con América Latina.

América Latina también está expectante ante los cambios que Obama puede implementar en las relaciones de Washington con la región. En los últimos años, EE.UU. recortó la ayuda humanitaria y de desarrollo a la región. Los planes conjuntos estaban vinculados a la lucha antidrogas y poco más. La mala relación entre Bush y Hugo Chávez marcó gran parte de la agenda política con la región, en tanto los aspectos comerciales fueron claves para definir la cercanía con Washington.

Teniendo en cuenta que el nuevo subsecretario de Estado, James Steinberg, señaló en la audiencia de confirmación en el Senado que esa "estrategia ha resultado ineficiente y fuera de lugar", cabe esperar que la nueva administración tenga una visión distinta y más amplia de la política hacia la región. Sin embargo, los latinoamericanos no deben suponer que el giro será radical.

Cuba seguirá siendo un tema obligado de las discusiones en Estados Unidos. El lobby cubano-norteamericano continúa siendo poderoso, aunque probablemente perderá la influencia que tuvo con Bush. Por eso, podría aventurarse que, tal como Obama lo adelantara en la campaña, habrá un acercamiento con La Habana. Siendo candidato, Obama dijo que podría reunirse con Castro, que aliviaría algunas restricciones, como el envío de remesas y los viajes a la isla, aunque se resiste a un levantamiento del embargo. Quizás eso sólo se plantee luego de que el gobierno comunista libere a presos políticos y haga otros gestos similares.

La Cumbre de las Américas, que se realizará en abril en Trinidad y Tobago, será la prueba de fuego para Obama y las relaciones con el hemisferio. En esa ocasión, el Presidente podrá reunirse por primera vez con todos los líderes del continente, y por eso, las definiciones hasta ese momento no serán sino meros esbozos de lo que la Casa Blanca implemente en el futuro próximo.

Obama y EE.UU.

EM., sábado 17 de enero de 2009.
Por Hernán Felipe Errázuriz.

A setenta y pocas horas de asumir como el 44° Presidente de los Estados Unidos, Barack H. Obama se acerca al apogeo. Más que nunca nos conmoverá con su esperado discurso inaugural. Probablemente, cargado de poesía e inspiración. Nada de estadísticas ni aspectos programáticos. En esa solemne ocasión los tecnicismos sobran.

Obama necesita inspirar, lo sabe hacer y tendrá el escenario propicio ese día. Es un gran orador, un símbolo del cambio y un buen escritor. Muchos líderes quisieran parecerse a él. Su libro, "De los sueños de mi padre", es literatura de calidad; cosa rara en un político, lo escribió él. Sus discursos de campaña son sólo comparables con los famosos de Abraham Lincoln, el de Gettysburg, brillante, de menos de 300 palabras, y el de la Casa Dividida. Este último lo pronunció desde el Capitolio de Illinois, donde el mismo Obama lanzó su candidatura presidencial, en febrero de 2007.

Terminadas sus palabras inaugurales, tendremos dificultad para escoger cuáles de todas serán las inmortales, las que no olvidaremos.

Luego, vendrán las realidades. La oratoria y retórica entonces pierde importancia. Son otras las condiciones para tomar las decisiones correctas, y muchas exceden a sus posibilidades.

Mediar en la guerra entre palestinos e israelíes; lograr la convivencia en Irak de kurdos, sunnitas y shiitas; pacificar Afganistán, entenderse con los Ayatolas, Putin, Kim Jong-il, Castro, Chávez y Morales; y fortalecer la cooperación con China, depende esencialmente de otros pueblos y principalmente de sus gobernantes.

Llevar adelante los cambios en Norteamérica es de gran complejidad, su experiencia es limitada y el poder está disperso. Para vencer intereses creados, necesita del apoyo de los políticos, muchos con agenda propia o con una divergente. Entre sus ministros destacan celebridades recelosas y poderosas, de algunas de las cuales no será fácil deshacerse si no funcionan.

Hasta hace poco, a Obama no le interesaba mayormente la economía ni la política internacional, su vocación es la acción comunitaria, de la que proviene su prioridad en la reforma de los servicios de salud. Con humildad, Obama recurrió a los que cree mejores, la mayoría veteranos de la administración Clinton, centristas, férreamente unidos.

Por su carisma, olvidamos que Obama es humano y no más que un presidente. La capacidad de Obama para cambiar a los Estados Unidos y el poder de Estados Unidos para cambiar el mundo son limitados. La admiración y esperanzas que merece el nuevo Presidente no significa creer en imposibles. Los superpoderosos son fabricaciones de Hollywood.

domingo, 25 de enero de 2009

Discurso inaugural de Obama.

El martes 20 de enero de 2009, al asumir la presidencia de su país, Barak Obama pronunció el siguiente discurso.

"Me encuentro hoy aquí con humildad ante la tarea que enfrentamos, agradecido por la confianza que me ha sido otorgada, consciente de los sacrificios de nuestros antepasados. Agradezco al Presidente Bush su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y cooperación que ha demostrado a lo largo de esta transición.

Ya son cuarenta y cuatro los norteamericanos que han hecho el juramento presidencial. Estas palabras han sido pronunciadas durante mareas de prosperidad y aguas tranquilas de la paz. Y, sin embargo, a veces el juramento se hace en medio de nubarrones y furiosas tormentas. En estos momentos, Estados Unidos se ha mantenido no sólo por la pericia o visión de los altos cargos, sino porque nosotros, el pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antecesores y a nuestros documentos fundacionales.

Así ha sido. Y así debe ser con esta generación de norteamericanos.

Que estamos en medio de una crisis es algo asumido. Nuestra nación está en guerra frente a una red de gran alcance de violencia y odio. Nuestra economía está gravemente debilitada, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por el fracaso colectivo a la hora de elegir opciones difíciles y de preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido casas y empleos y se han cerrado empresas. Nuestro sistema de salud es caro; nuestras escuelas han fallado a demasiados; y cada día aporta nuevas pruebas de que la forma en que utilizamos la energía refuerzan a nuestros adversarios y amenazan a nuestro planeta.

Estos son los indicadores de una crisis, según los datos y las estadísticas. Menos tangible pero no menos profunda es la pérdida de confianza en nuestro país, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y de que la próxima generación debe reducir sus expectativas.

Hoy les digo que los desafíos a los que nos enfrentamos son reales. Son graves y son muchos. No los enfrentaremos fácilmente o en un corto periodo de tiempo. Pero Estados Unidos debe saber que les haremos frente.

Hoy nos reunimos porque hemos elegido la esperanza sobre el temor, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia. Hoy hemos venido a proclamar el fin de las quejas mezquinas y las falsas promesas, de las recriminaciones y los dogmas caducos que durante demasiado tiempo han estrangulado a nuestra política.

Seguimos siendo una nación joven, pero, según las palabras de las Escrituras, ha llegado el momento de dejar de lado los infantilismos. Ha llegado el momento de reafirmar nuestro espíritu de firmeza: de elegir nuestra mejor historia; de llevar hacia adelante ese valioso don, esa noble idea que ha pasado de generación en generación: la promesa divina de que todos son iguales, todos son libres y todos merecen la oportunidad de alcanzar la felicidad plena.

Al reafirmar la grandeza de nuestra nación, somos conscientes de que la grandeza nunca es un regalo. Debe ganarse. Nuestro camino nunca ha sido de atajos o de conformarse con menos. No ha sido un camino para los pusilánimes, para los que prefieren el ocio al trabajo o buscan sólo los placeres de la riqueza y la fama. Más bien, han sido los que han asumido riesgos, los que actúan, los que hacen cosas, algunos de ellos reconocidos, pero más a menudo hombres y mujeres desconocidos en su labor, los que nos han llevado hacia adelante por el largo, escarpado camino hacia la prosperidad y la libertad.

Por nosotros se llevaron sus pocas posesiones materiales y viajaron a través de los océanos en busca de una nueva vida.

Por nosotros trabajaron en condiciones infrahumanas y se establecieron en el oeste; soportaron el látigo y araron la dura tierra.

Por nosotros lucharon y murieron en lugares como Concord y Gettysburg, Normandía y Khe Sahn.

Una y otra vez estos hombres y mujeres lucharon y se sacrificaron y trabajaron hasta tener llagas en las manos para que pudiéramos tener una vida mejor. Veían a Estados Unidos más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales, más grande que todas las diferencias de origen, riqueza o facción.


Este es el viaje que continuamos hoy. Seguimos siendo la nación más próspera y poderosa de la Tierra. Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó esta crisis. Nuestras mentes no son menos inventivas, nuestros bienes y servicios no son menos necesarios que la semana pasada, el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el tiempo del inmovilismo, de la protección de intereses limitados y de aplazar las decisiones desagradables, ese tiempo seguramente ha pasado. A partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y volver a empezar la tarea de rehacer Estados Unidos.

Porque allí donde miremos, hay trabajo que hacer.

El estado de la economía requiere una acción audaz y rápida y actuaremos no sólo para crear nuevos empleos, sino para levantar nuevos cimientos para el crecimiento. Construiremos carreteras y puentes, las redes eléctricas y las líneas digitales que alimentan nuestro comercio y nos mantienen unidos. Pondremos a la ciencia en el lugar donde se merece y aprovecharemos las maravillas de la tecnología para aumentar la calidad de la sanidad y reducir su coste. Utilizaremos el sol, el viento y la tierra para alimentar a nuestros automóviles y hacer funcionar nuestras fábricas. Y transformaremos nuestras escuelas y universidades para hacer frente a las necesidades de una nueva era.

Todo esto podemos hacerlo. Y todo esto lo haremos.

Algunos cuestionan la amplitud de nuestras ambiciones y sugieren que nuestro sistema no puede tolerar demasiados grandes planes. Sus memorias son cortas. Porque han olvidado lo que este país ya ha hecho; lo que hombres y mujeres libres pueden lograr cuando la imaginación se une al interés común y la necesidad a la valentía.

Lo que no entienden los cínicos es que el terreno que pisan ha cambiado y que los argumentos políticos estériles que nos han consumido durante demasiado tiempo ya no sirven.

La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno es demasiado grande o pequeño, sino si funciona, ya sea para ayudar a las familias a encontrar trabajos con un sueldo decente, cuidados que pueden pagar y una jubilación digna. Allí donde la respuesta es sí, seguiremos avanzando y allí donde la respuesta es no, pondremos fin a los programas. Y a los que manejamos el dinero público se nos pedirán cuentas para gastar con sabiduría, cambiar los malos hábitos y hacer nuestro trabajo a la luz del día, porque sólo entonces podremos restablecer la confianza vital entre un pueblo y su gobierno.

La cuestión para nosotros tampoco es si el mercado es una fuerza del bien o del mal. Su poder para generar riqueza y expandir la libertad no tiene rival, pero esta crisis nos ha recordado a todos que sin vigilancia, el mercado puede descontrolarse y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece sólo a los ricos. El éxito de nuestra economía siempre ha dependido no sólo del tamaño de nuestro Producto Nacional Bruto, sino del alcance de nuestra prosperidad, de nuestra habilidad de ofrecer oportunidades a todos los que lo deseen, no por caridad sino porque es la vía más segura hacia el bien común.

En cuanto a nuestra defensa común, rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales. Nuestros padres fundadores, enfrentados a peligros que apenas podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los derechos humanos, una carta que se ha expandido con la sangre de generaciones.

Esos ideales aún alumbran el mundo y no renunciaremos a ellos por conveniencia. Y a los otros pueblos y gobiernos que nos observan hoy, desde las grandes capitales al pequeño pueblo donde nació mi padre: sepan que América es la amiga de cada nación y cada hombre, mujer y niño que persigue un futuro de paz y dignidad y de que estamos listos a asumir el liderazgo una vez más.

Recuerden que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y al comunismo no sólo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas y firmes convicciones. Comprendieron que nuestro poder solo no puede protegernos ni nos da derecho a hacer lo que nos place. Por el contrario, sabían que nuestro poder crece a través de su uso prudente, de que la seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y las cualidades de la templanza, la humildad y la contención.

Somos los guardianes de este legado. Guiados de nuevo por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen aún mayor esfuerzo, incluso mayor cooperación y entendimiento entre las naciones. Comenzaremos a dejar Irak, de manera responsable, a su pueblo, y forjar una paz ganada con dificultad en Afganistán.

Con viejos amigos y antiguos contrincantes, trabajaremos sin descanso para reducir la amenaza nuclear y hacer retroceder el fantasma de un planeta que se calienta. No vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni vamos a vacilar en su defensa, y para aquellos que pretenden lograr su fines mediante el fomento del terror y de las matanzas de inocentes, les decimos desde ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no se lo puede romper; no pueden ustedes perdurar más que nosotros, y los venceremos.

Porque sabemos que nuestra herencia multiétnica es una fortaleza, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y de no creyentes. Estamos formados por todas las lenguas y culturas, procedentes de cada rincón de esta Tierra; debido a que hemos probado el mal trago de la guerra civil y la segregación, y resurgido más fuertes y más unidos de ese negro capítulo, no podemos evitar creer que los viejos odios se desvanecerán algún día, que las líneas divisorias entre tribus pronto se disolverán; que mientras el mundo se empequeñece, nuestra humanidad común se revelará; y América tiene que desempeñar su papel en el alumbramiento de una nueva era de paz.

Al mundo musulmán, buscamos un nuevo camino adelante, basado en el interés mutuo y el respeto mutuo. A aquellos líderes en distintas partes del mundo que pretenden sembrar el conflicto, o culpar a Occidente de los males de sus sociedades, sepan que sus pueblos los juzgarán por lo que puedan construir, no por lo que destruyan.

A aquellos que se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y la represión de la disidencia, tienen que saber que están en el lado equivocado de la historia; pero les tenderemos la mano si están dispuestos a abrir el puño.

A los pueblos de las naciones más pobres, nos comprometemos a colaborar con ustedes para que sus campos florezcan y para dejar que fluyan aguas limpias; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y alimentar las mentes hambrientas. Y a aquellas naciones que, como la nuestra, gozan de relativa abundancia, les decimos que no nos podemos permitir más la indiferencia ante el sufrimiento fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tomar en cuenta las consecuencias. Porque el mundo ha cambiado, y nosotros tenemos que cambiar con él.

Al contemplar la ruta que se despliega ante nosotros, recordamos con humilde agradecimiento a aquellos estadounidenses valientes quienes, en este mismo momento, patrullan desiertos lejanos y montañas distantes. Tienen algo que decirnos, al igual que los héroes caídos que yacen en (el cementerio nacional de) Arlington susurran desde los tiempos lejanos. Les rendimos homenaje no sólo porque son los guardianes de nuestra libertad, sino también porque encarnan el espíritu de servicio; la voluntad de encontrar sentido en algo más grande que ellos mismos. Sin embargo, en este momento -un momento que definirá una generación- es precisamente este espíritu el que tiene que instalarse en todos nosotros.

Por mucho que el gobierno pueda y deba hacer, en última instancia esta nación depende de la fe y la decisión del pueblo estadounidense. Es la bondad de acoger a un extraño cuando se rompen los diques, la abnegación de los trabajadores que prefieren recortar sus horarios antes que ver a un amigo perder su puesto de trabajo, lo que nos hace superar nuestros momentos más oscuros. Es la valentía del bombero al subir una escalera llena de humo, pero también la voluntad de un padre de cuidar a su hijo, lo que al final decide nuestra suerte.

Nuestros desafíos pueden ser nuevos. Las herramientas con que les hacemos frente pueden ser nuevas. Pero esos valores de los que depende nuestro éxito -el trabajo duro y la honestidad, la valentía y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo-, esas cosas son viejas. Esas cosas son verdaderas. Han sido la fuerza silenciosa detrás de nuestro progreso durante toda nuestra historia. Lo que se exige, por tanto, es el regreso a esas verdades. Lo que se nos pide ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento, por parte de cada estadounidense, de que tenemos deberes para con nosotros, nuestra nación, y el mundo, deberes que no admitimos a regañadientes, sino que acogemos con alegría, firmes en el conocimiento de que no hay nada tan gratificante para el espíritu, tan representativo de nuestro carácter que entregarlo todo en una tarea difícil.

Este es el precio y la promesa de la ciudadanía.

Esta es la fuente de nuestra confianza, el saber que Dios nos llama a dar forma a un destino incierto.

Este es el significado de nuestra libertad y de nuestro credo, por lo que hombres y mujeres y niños de todas las razas y de todas las fes pueden unirse en una celebración a lo largo y ancho de esta magnífica explanada, por lo que un hombre cuyo padre, hace menos de 60 años, no habría sido servido en un restaurante, ahora está ante vosotros para prestar el juramento más sagrado.

Así que señalemos este día haciendo memoria de quiénes somos y de lo largo que ha sido el camino recorrido. En el año del nacimiento de América, en uno de los más fríos meses, una reducida banda de patriotas se juntaba ante las menguantes fogatas en las orillas de un río helado. La capital se había abandonado. El enemigo avanzaba. La nieve estaba manchada de sangre. En un momento en que el desenlace de nuestra revolución estaba más en duda, el padre de nuestra nación mandó que se leyeran al pueblo estas palabras: "Que se cuente al mundo del futuro que en las profundidades del invierno, cuando nada salvo la esperanza y la virtud podían sobrevivir... la ciudad y el país, alarmados ante un peligro común, salieron a su paso".

América. Ante nuestros peligros comunes, en este invierno de nuestras privaciones, recordemos esas palabras eternas.

Con esperanza y virtud, sorteemos nuevamente las corrientes heladas, y aguantemos las tormentas que nos caigan encima. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba nos negamos permitir que este viaje terminase, no dimos la vuelta para retroceder, y con la vista puesta en el horizonte y la gracia de Dios encima de nosotros, llevamos aquel gran regalo de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones venideras.

Gracias, que Dios los bendiga, que Dios bendiga a América”.

Obama, atascado en un embrollo.

PAUL KRUGMAN.
Nobel Economía 2008.
EM., EyN., 24.01.09.

Al igual que todo el mundo que pone atención a los negocios y a las noticias financieras, yo estoy en un estado de mucha ansiedad económica. Como todo el mundo de buena voluntad, esperaba que el discurso de investidura del Presidente Obama ofreciera cierta tranquilidad; sin embargo, no fue así. Terminé el martes menos seguro de la dirección de la política económica que lo que estaba en la mañana.

Para ser claro, no hubo nada notoriamente malo con el discurso; aunque para aquellos que todavía esperaban que Obama liderara el camino hacia una atención de salud universal, fue decepcionante que él hablara sólo del costo excesivo de la salud, sin mencionar ni siquiera una vez la difícil situación de los no asegurados y de aquellos semi asegurados.

No obstante, mi problema real con el discurso, en materias económicas, fue su convencionalismo. En respuesta a una crisis económica sin precedentes -o, más precisamente, una crisis cuyo único real precedente es la Gran Depresión- Obama hizo lo que aquellos de Washington hacen cuando quieren sonar serios: habló, más o menos en abstracto, de la necesidad de hacer elecciones difíciles y enfrentar resueltamente los intereses especiales. Eso no es suficiente. De hecho, no es ni siquiera correcto.

De este modo, en su discurso Obama atribuyó la crisis económica en parte a "nuestro falla colectiva para hacer elecciones difíciles y preparar a la nación para una nueva era"; pero no tengo idea de lo que él quiso decir. Ésta es, primero que todo, una crisis que tuvo su origen en una industria financiera incontrolable. Y si no contuvimos a esa industria, no fue porque los estadounidenses "se negaran" colectivamente a hacer elecciones difíciles; la ciudadanía no tenía idea de lo que estaba sucediendo, y aquellos que sí lo sabían pensaban principalmente que la desregulación era una gran idea.

Con todo, un discurso es sólo un discurso. Los miembros del equipo económico de Obama entienden sin duda la naturaleza extraordinaria del lío en que estamos. Por lo tanto, el tono de la alocución del martes tal vez no signifique nada con respecto a la política futura del gobierno de Obama. Por otro lado, el Presidente es, como lo expuso su predecesor, el que decide. Y él va a tener que tomar algunas grandes decisiones muy pronto. En particular, va a tener que decidir cuán osado será en su accionar para mantener el sistema financiero, donde el panorama se ha deteriorado tan drásticamente que una cantidad sorprendente de economistas, no todos ellos, especialmente liberales, ahora sostiene que para resolver la crisis se necesitará la nacionalización temporal de algunos bancos importantes.