lunes, 26 de enero de 2009

Irán y el peso de vivir bajo la revolución islámica a 30 años de la caída del último Sha.

EM., Int., 26-01-09.

El próximo 11 de febrero se cumplen tres décadas del regreso del ayatolá Jomeini, hecho que marcó el ascenso del islamismo al poder y el paso de una monarquía secular a una teocracia.

GASPAR RAMÍREZ.

Una historia crucial cumple 30 años. Una historia de intereses mundiales, intrigas, poder, excesos y fanatismo. Una historia de auge y caída, sangre y muerte. Una historia que aún no termina.

El 16 de enero de 1979, el último Sha, Mohammad Reza Pahlevi dejó su trono y partió a Egipto. Días después, el poder religioso se consolidaría. El 11 de febrero, el líder espiritual chiita regresaba a su tierra: el ayatolá Ruhollah Jomeini estaba de vuelta, y las cosas nunca volverían a ser lo que fueron. En días, Irán pasó de una férrea monarquía laica, pero que usó el dinero del petróleo para industrializar y modernizar el país, a un Estado islámico donde el Corán era, literalmente, ley divina.

Pero la historia comenzó antes, en 1953, con el derrocamiento de Mohammad Mosaddeq y la instalación de la monarquía. Según registros históricos, el golpe y el posterior gobierno fueron dirigidos por EE.UU. (ver recuadro). Los partidos políticos fueron disueltos, y la Savak, la policía política, arrestaba y atemorizaba a quien considerara sospechoso. La monarquía era secular, pero cercana al clero, apoyo indispensable en un país donde el islamismo pesa.

Contrastes sociales.

"Sólo tengo buenos recuerdos de la época del Sha, pero es porque mi familia era de clase alta, con influencia y poder", cuenta un iraní residente en Chile, que por seguridad pide anonimato. Fue una época de excesos, dice. "Los ricos tenían influencia y el Sha era el máximo poder. Las ciudades eran lindas y modernas, pero el campo no tenía recursos y era muy pobre. El Sha quería mostrar a Irán como un país del primer mundo".

Así, en 1963 el gobierno lanzó la llamada "revolución blanca", con aspectos polémicos en una sociedad islámica tradicional como la redistribución de las tierras y la liberación de la mujer, incluidos el derecho a voto y a la educación, que formaron una generación de mujeres profesionales e intelectuales, incomparable con la de otros países musulmanes y que tuvo un retroceso con la imposición del islamismo. La película animada "Persépolis" refleja parte de este dilema.

Jomeini, muy crítico y activo en esa época, alentó protestas que le valieron el exilio al año siguiente.

El precio del petróleo -la principal exportación iraní- se quintuplicó entre 1972 y 1977. Con las arcas rebosantes, el Sha se lanzó a industrializar el país. Se fijó una meta: en 25 años Irán sería la quinta potencia mundial.

Pero la riqueza fue contraproducente. El boom petrolero creó industrias y la pobreza descendió, pero parte de la población quería que el proceso fuera más rápido y que las riquezas llegaran más rápido. Además las modas occidentales hastiaron a los conservadores religiosos. La revuelta se olía a kilómetros, pero ni el Sha ni su gran aliado, Washington, la vieron venir.

"El 31 de diciembre de 1977, en un brindis por el Sha en una rutilante cena oficial, el Presidente Jimmy Carter calificó a la monarquía iraní como 'una isla de estabilidad en un mar de confusión', una opinión que había sido confirmada y reiterada por los espías y analistas de la CIA durante los quince años previos. Aquella era la misma frase que empleaba el Sha para referirse a sí mismo", relata el periodista Tim Weiner en su libro "Legado de cenizas. La historia de la CIA".

En enero de 1978, un artículo de prensa que criticaba a Jomeini incendió Irán. El fuego comenzó en la ciudad de Qom, para luego hacer arder el país. La Savak hizo lo suyo: cientos de muertos y desaparecidos.

A fines de 1978, el Sha promete reformas políticas, pero ya era tarde. Hasta aquel 16 de enero de 1979. "El pueblo pensaba y esperaba que la revolución trajera libertad y democracia a Irán. El pueblo no quería un dictador. Yo también creí que las cosas podían mejorar. Pero mucha gente cercana al Sha tuvo que ir al exilio, fueron presos o, peor, murieron", cuenta el iraní avecindado en Chile.

Al inicio, todos los grupos revolucionarios compartieron el triunfo. Había nacionalistas, comunistas, entre otros, pero luego los islamistas, con Jomeini a la cabeza, acapararon el poder. Después vino la guerra con Irak, la toma de rehenes en la embajada de EE.UU. El Sha murió en 1980 y Jomeini en 1989, pero la supremacía religiosa se siente con fuerza en el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad, y sus efectos los vive la sociedad, donde son frecuentes las lapidaciones y la prensa sufre duras restricciones.

Episodio único.

"Los iraníes son más libres que al comienzo de la revolución en cuanto a escuchar música, ver películas, etc. Pero el grado de libertad política, que creció mucho durante los primeros años de la presidencia de Mohammad Jatami (1997-2005), se ha ido perdiendo bajo el gobierno de Ahmadinejad", dijo Shaul Bakhash, profesor de estudios persas de la Universidad George Mason.

Por varias razones, el episodio fue único. "La novedad de esta revolución era ideológica. Casi todos los fenómenos considerados revolucionarios hasta esa fecha habían seguido la tradición, la ideología y, en líneas generales, el vocabulario de las revoluciones occidentales desde 1789 (...) La revolución iraní fue la primera realizada y ganada bajo la bandera del fundamentalismo religioso y la primera que reemplazó el antiguo régimen por una teocracia populista cuyo programa significaba una vuelta al siglo VII d.C.", escribió el historiador Eric Hobsbawm en su "Historia del siglo XX".

Quizás una definición global de Irán y su historia la entrega el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en su libro "El Sha o la desmesura del poder". "Durante los días de la revolución, los manifestantes que marchaban por las calles de Teherán entonaban un canto lleno de expresividad y patetismo, Alá Akbar, en el que varias veces se repetía el estribillo: 'Irán, Irán, Irán/ es sangre, es muerte, es rebelión'. Aunque trágica, ésta parece ser la definición más acertada de lo que es Irán. Desde hace siglos y sin interrupciones claras".

"La caída del Sha de Irán en 1979 fue con mucho la revolución más importante de los años setenta y pasará a la historia como una de las grandes revoluciones sociales del siglo XX". ERIC HOBSBAWM, historiador británico en su libro "Historia del siglo XX".

Estados Unidos, "el gran Satán".

La aversión que existe en Irán hacia Estados Unidos se explica en gran parte por la injerencia que ese país tuvo durante el período del Sha. En 1951, el secular Mohammad Mosaddeq fue elegido Primer Ministro, y en marzo de ese año decretó la nacionalización del petróleo, hasta entonces en manos de la petrolera inglesa Anglo-Iranian. Según reportes conocidos años después, esto llevó a la intervención de los estadounidenses y Gran Bretaña que, mediante la CIA, organizaron la caída de Mosaddeq en 1953, y el regreso del Sha Mohammad Reza Pahlevi, el segundo y último de su dinastía.

El Sha se convirtió en el mayor aliado de EE.UU. en la región, y sus detractores, principalmente islamistas contrarios a las reformas que emprendió, no le perdonaron su cercanía con Washington y sus costumbres tan opuestas a las suyas. Con su caída, en 1979, Estados Unidos perdió a su socio. Los ayatolas calificaron a EE.UU. de "el gran Satán", enemigo de la religión islámica.

El odio aumentaría en 1980, cuando la Irak de Saddam Hussein declaró la guerra a Irán, también -según informes de inteligencia- azuzado por Estados Unidos, con la esperanza de que arrollaran a los islamistas de Jomeini. El conflicto duró ocho años y la religión siguió en el poder.
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La orden de la fe.
Joaquín Fermandois
EM., Tribuna, martes 10 de febrero de 2009.

Hace 30 años recibíamos las noticias estremecedoras sobre la rebelión masiva que llevó al poder al Ayatollah Khomeini en Irán y produjo la llamada "revolución islámica". Parece una fuerza arrolladora que, aunque no ha dominado del todo, ni muchos menos, sí ha transformado su cultura política, y ha dado nuevas ínfulas al espíritu de conversión, que era tradicional en dos de las religiones monoteístas, el cristianismo y el islam. Su expansión en nuestra época en Asia Oriental y, sobre todo, en África negra es todo un fenómeno cultural y estratégico, preñado de grandes consecuencias.

Hasta comienzos de 1978, el sistema construido por el Sha, emperador de Irán (Persia), parecía inconmovible. Con petróleo, un ejército modernísimo y leal hasta el fin, con voluntad hegemónica en la región y con devaneos de grandeza, parecía tener los ases en la mano. Introdujo una modernización a la fuerza en las costumbres, muy parecida a la de Atatürk en Turquía en 1923, o similar a la de Nasser en Egipto a partir de 1952. El Sha era también un personaje de las revistas del corazón.

¿Qué falló? Se ha dicho con insistencia que su imperio fue una hechura de Estados Unidos, un implante artificial. Críticos y partidarios de Estados Unidos sobrevaloran la capacidad de Washington para organizar países y gobiernos.

El Sha falló en su "fórmula política", aquel intangible que hace que un proyecto político logre vincular el deseo de cambio y las tradiciones vivas de un país. Todo sistema perdurable es una combinación de ambos. En la modernidad, un monarca absoluto como el Sha siempre es un simple dictador, con lo perecible de las dictaduras. En el siglo XX sólo cupo una notable excepción, el gran Hussein de Jordania, fallecido en 1999. El Sha no pudo integrar de manera significativa la tradición chiita en un sistema con visos de legitimidad.

Se ha dicho que la revolución de Khomeini es la última de las grandes revoluciones modernas, y argumentos no faltan. La técnica de movilización de masas, la ilusión de rebelión popular; el monarca como encarnación de todos los males. E incluso, como buena revolución, también devoró a sus hijos (liberales y marxistas). Es también la primera revolución de un nuevo tipo, que junto con expresar un nacionalismo herido o que se victimiza como tal, no consiste en una revolución social ni económica en sentido estricto. Es la primera revolución proclamada y vivida en nombre de una religión tradicional, con todo el reguero de sangre que implica el desmadre de las pasiones religiosas. Quienes creían que la religión iba a ocupar un puesto marginal con el avance de la modernidad, sorprendidos han debido comprender esta realidad.

¿Es un sistema perdurable? La primera teocracia moderna, y una de las pocas de toda la historia humana, no es inmune a la engañosa combinación de fe y poder. La clase clerical (mullás y ayatollas) se convierte en "clase política", y luego en establish-ment. Algo de esto, con las tensiones subsecuentes, se trasluce en el Irán actual. Aunque lo parece, no es del todo una dictadura totalitaria; existen algunos elementos de democracia política junto a la asfixia de una parte de la población.

Puede ser que este nacionalismo religioso encuentre su programa en un temerario salto hacia delante, como en el desafío nuclear y la amenaza de borrar a Israel. Quizás viva un largo proceso de reconciliación entre fe y mundo secular, abriendo camino en el largo plazo a algo parecido a una democracia moderna. La revolución no fue algo que se deje definir como "antimoderna", o como reliquia del pasado sin más. Fue también una de las posibilidades de la modernidad, si bien restringida al círculo cultural del islam.

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